“No me gustó cómo nos despedimos”, pensarán los fanáticos de los Redondos y del Indio Solari. Es que, claro, la última misa fue el 11 de marzo de 2017, sin saber que ese sería el show final, con el sabor amargo de que todo terminó en caos y tragedia.
Olavarría fue la ciudad que recibió a cientos de miles de ricoteros. El Predio Rural La Colmena, el espacio que albergaría a los 150.000 espectadores (según lo que esperaban los organizadores). Pero la localidad se superpobló. No había hospedajes, la telefonía móvil dejó de funcionar, ya que las antenas y los satélites no estaban preparados para semejante demanda. Todo eso no es grave, excepto cuando hay negligencias que tornan imprescindible a la comunicación. La semana vio cómo toda la tranquilidad olavarriense se transformó en una locura federal, cuando el sábado llegaron miles de micros inundando las calles y un océano de gente trasladándose. Hasta que llegó la noche del show.
La Colmena era un “descampado para 150 o 200 mil personas”. El equipo de Carlos Alberto Solari instaló quince torres de sonido frente a un espectacular escenario. Pantallas de un nivel top, como siempre. Los equipos de música usados por The Rolling Stones en la visita a la Argentina un año antes. Todo acorde para que el espectáculo fuera inolvidable. Y lo fue, pero no por lo que se esperaba.
La multitud ingresó sin mayores inconvenientes, con un amplio espacio de acceso (unos 200 metros de apertura). El predio se empezó a poblar y, cuando estaba lleno como un vaso que tiene el agua hasta el borde, seguía entrando gente. Y seguía. Y seguía. Las autoridades policiales estiman que hubo unas 300.000 personas. Sí, el doble de lo que esperaba la organización. Para ese entonces, ya un individuo había fallecido, pero por causas ajenas a esta movilización.
El recital fue un lujo por la lista de temas, aunque sufrió varias interrupciones. Al Indio le tiraron zapatillas unos inadaptados a los que les llamó la atención en dos ocasiones, con un tono muy quejoso. También frenó el show cuando vio que estaban aplastando a un hombre cerca del vallado, a metros del escenario: “¿No ven que lo están empujando y pisando? Saquen a ese pobre muchacho de ahí”. Y allí lanzó una frase que todos creyeron que había sido en caliente, sin pensar que sería definitiva: “No tengo más ganas de seguir con esto”. Pero continuó.
Allí llegó el segundo fallecimiento de la jornada. Sin conocimiento de esto, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado terminaron su performance y, como sucedió con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, el último tema de Indio en vivo no fue Jijiji, sino que Mi perro dinamita, generando la sorpresa del público.
El desagote del predio fue un caos, que no acabó en una tragedia más grande sólo de milagro. Sobrevolaba el fantasma de lo que había sucedido el 26 de abril de 1991 con Walter Bulacio. Vallados acotando la salida a 20 o 30 metros, entre árboles, con poca luz, sin policías ni personal que señalizara. Gente desmayada. Robos en las casas que bordeaban La Colmena. Personas perdidas durante días y días, aún con los operativos policiales de las semanas subsiguientes.
Los medios contaban que había “al menos 14 muertos”, brindando una información falsa, generando así un alboroto mayúsculo en todas las provincias, ya que quienes habían asistido al recital no tenían señal para avisar que estaban a salvo.
Fue una tragedia con dos fallecidos. El operativo no estuvo a la altura. La ciudad fue mal elegida, por una cuestión de accesos, capacidad e infraestructura para recibir a 300.000 personas. Así y todo, quedará en la memoria porque, además, fue la última misa de Carlos Alberto Solari. En su autobiografía (“Recuerdos que mienten un poco”), el Indio ya avisó: “Me va a costar convencer a la gente de que no voy a tocar más. Casi nadie quiere creerlo, ¿no?”. Y el que avisa no traiciona.