La centenaria confitería fundada por el comerciante español Manuel Rosendo Fernández en 1912 vuelve a abrir sus puertas al público. Luego de un gran trabajo de restauración que incluyó las arañas francesas, la boiserie de cedro, todo el mobiliario, los vitrales italianos, bronces, mármoles, rejas y vitrinas y el cielorraso con su detalles de dorados a la hoja, el local está listó para su reapertura.
“No será una reapertura rimbombante” anticipa Alejandro Pereiro, responsable de los trabajos de remodelación y puesta en valor de la confitería. “El estilo de los nuevos dueños es abrir las puertas tal como si se hubiesen cerrado el día anterior. Hay que tener en cuenta que este espacio genera muchas expectativas. La idea es evitar un desborde innecesario cuando la realidad invita a disfrutar del lugar”.
Es claro que la reinauguración de un lugar tan emblemático de la ciudad de Buenos Aires genera gran interés en los vecinos que quieren volver o visitar por primera vez un reducto histórico de la gastronomía porteña. En la primera etapa solo se habilitará la planta baja que tiene capacidad para 150 personas. “La idea es tomarle el pulso al funcionamiento de la confitería para luego abrir el primer piso. Entre las dos plantas pueden entrar unas 350 personas en total” declaró Pereiro a Diario Perfil .
Una de las principales tareas de restauración estuvo a cargo de María Paula Farina Ruiz, una de las más reconocidas restauradoras de vitrales del país. Su trabajo comenzó en 2018 e incluyó la puesta en valor de la emblemática cúpula, la fachada, las ventanas semicirculares, los toldos en vitral y el bombonero.
Cuando la semana próxima, porteños y turistas tengan la oportunidad de disfrutar de este histórico lugar “se encontrarán con una confitería de primer nivel, tanto por su calidad arquitectónica como por el servicio gastronómico que ofrecerá. Además, servirá de ejemplo para tener una idea de lo que fue el viejo Buenos Aires de ese momento” aseguró el arquitecto.