Lo que sucedió en el Mundial de México 1986, ese triunfo inexorable, pudo haber sido una cuestión de pura suerte. Es que el flamante DT, el doctor Carlos Bilardo era un obsesivo de las cábalas y eso se lo transmitió tanto a su cuerpo técnico como a los jugadores de la Selección, quienes debían cumplir cada una de las ceremonias que el “mandatario” -por poco- les imponía.
Uno de los que respetaba el absurdo ritual a rajatabla fue el mismo “Tata” Brown. Antes de cada partido, Bilardo se aseguraba de que el jugador repitiera la acción sin dejárselo pasar. “Cuando terminaban los masajes tenía que sonar un teléfono público que había en el vestuario. La primera vez que sonó fue antes del debut, contra Corea, atendí yo, y quedó. A partir del segundo partido fue obvio que el tipo que llamaba era alguien de la selección, pero nunca supe quién. A veces ya estábamos listos para entrar a la cancha y el teléfono no sonaba. Lo mirábamos y nada. Entonces Bilardo decía <Bueno, dale, vamos a hacer esto>, hasta que al fin sonaba y yo corría a atender. Decía <Hola> y del otro lado nunca nadie me respondía, así que yo decía <Ah bueno, andá a la puta que te parió>, y cortaba”, contó el fallecido jugador en el libro “El Partido”, del periodista Andrés Burgo.
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Los compañeros de equipo del “Tata”, también tenían una cábala determinada: desde Ricardo Giusti, quien dijo poner “un caramelo en el medio de la cancha” previo a empezar a jugar cada partido -entre otras cosas-; hasta el mismísimo Diego Armando Maradona, que “dibujaba” una figura humana en el piso con su propia ropa y no permitía que nadie cruce por encima.